Izquierda Cristiana de Magallanes
  Altibajos en la promoción de los Derechos Humanos, la desigualdad y la participación - Una perspectiva latinoamericana
 
Por Cristian Muñoz
 
América Latina tiene una larga trayectoria en Educación para los Derechos Humanos. Así lo confirman las experiencias de diferentes instituciones como el Instituto Interamericano de Derechos Humanos (IIDH), el Servicio Justicia y Paz (SERPAJ) o el Programa Interdisciplinario de Investigación en Educación (PIIE), entre otras.
 
Lamentablemente el origen de dichas experiencias se encuentra en las dictaduras que muchos países de la región vivieron durante los años 70, en las cuales las violaciones a los derechos humanos estaban a la orden del día. Ante esa situación, no es extraño que la ciudadanía se haya sensibilizado y organizado ampliamente en torno al tema.
 
Uno de los autores que mejor aborda este desafío es el brasileño Paulo Freire, que en su obra «Pedagogía del Oprimido» desarrolla una serie de conceptos vinculados a la tarea de educar desde y para la promoción de los Derechos Humanos.
 
Dentro de sus planteamientos, Freire introduce el concepto de «concientización», que está directamente ligado con una actitud «existencial», en la medida que le damos sentido a la propia vida, comprendiendo lo que pasa en nuestro entorno y la imbricación que existe entre dicho contexto y nosotros mismos. Aquí se debe entender por nosotros, el cúmulo de experiencias representadas desde nuestra perspectiva, principios, sentimientos, etc., bajo los cuales interpretamos ese «ser y estar contextualizado». 
 
Esta posición se enmarca en una experiencia vital que para Freire es la vivencia de la «opresión» y que bajo categorías marxianas sería una experiencia de «clase», que marca la diferencia entre un vasto sector social que vive en condiciones precarias y una minoría que vive en situación de ostentación, debido a sus respectivos niveles de acceso al dinero.
 
¿Qué hacer ante esta desigualdad? Al respecto Freire sostiene, desde una perspectiva ético-social, que la demanda por la justicia social debe surgir de las mismas bases que viven alienadas por un contexto en que la desigualdad se ha naturalizado, es vista como algo «normal». Quien naturaliza la desigualdad no es la clase «alta» -como podría pensarse-, sino que estructuralmente la misma sociedad se organiza y reproduce en una actitud de conformidad, bajo el supuesto de que «nada puede cambiar». Así, el status quo viene a ser la «regla de oro» para explicar el desequilibrio en materia de justicia social y así consolidar las relaciones de convivencia sobre las que Freire quiere crear conciencia.
 
Algo ha fallado
Como ya hemos dicho, durante las mencionadas dictaduras, la sistemática violación de los Derechos Humanos (desapariciones, torturas, censura, etc.) consiguió remover y aunar a los sectores sociales desfavorecidos para iniciar acciones de defensa de la dignidad de la persona y en busca de la democracia. Una década después, instalada ya la democracia en la región, la desigualdad persiste. Ante esto cabe preguntarse qué es lo que ha fallado. 
 
Una posible respuesta es la que ofrece Frei Betto, teólogo de la liberación brasileño, al señalar que la revolución industrial posibilitó que las empresas incrementaran su producción ya no en función de las necesidades de la población, sino del afán de lucro y acumulación de sus propietarios, con lo cual abrió las puertas a un consumo superfluo e incluso perjudicial. Añade que este sistema no es sostenible en el tiempo, tal como lo han demostrado las diferentes crisis económicas de las que se tiene registro.
 
Así, desde el enfoque de este teólogo, en los movimientos reivindicativos como la Educación Popular y la Educación por los Derechos Humanos, el tema económico constituye un elemento de suma importancia. El mismo Freire da cuenta de ello al hablar de la que él denominó «educación bancaria», para referirse a una forma de comprender al alumno como un simple depositario de contenidos académicos, pero muy distantes de su realidad contextual.
 
Cabe señalar que la implementación del neoliberalismo en Latinoamérica tiene relación directa con las dictaduras antes mencionadas, pues la mayoría de ellas fueron inducidas y apoyadas –económica y militarmente- por Estados Unidos, como forma de revertir el proceso de izquierdización política que se vivía en la región en aquellos años de guerra fría. Dicha estrategia estadounidense –denominada «Doctrina de Seguridad Nacional»- apuntaba a coaptar nuevos aliados-mercados al bloque americano, con el propósito de aumentar y consolidar su hegemonía a nivel mundial. Una rama importante de dicho plan consistía en la liberalización de los mercados, lo cual fue una exigencia que Estados Unidos impuso a las dictaduras por él apoyadas, a cambio de su apoyo militar y económico.
 
De esta forma, Estados Unidos se aseguraba libertad de movimiento en el mercado Latinoamericano; y los respectivos gobiernos, estabilidad, en la medida que se mantuvieran fieles a sus acuerdos con el país del norte.
Como consecuencia, Latinoamérica se convirtió en el «patio trasero» de Estados Unidos al asumir –e incluso radicalizar- el sistema económico neoliberal y el modelo social a éste asociado, cuyo elemento clave es el consumo.
Por supuesto la ciudadanía –sobre todo los sectores menos favorecidos- no tuvo parte en esta negociación, pues lejos de buscar el «bien común», los respectivos gobiernos de hecho intentaron proteger y garantizar los intereses de la clase dominante a la que pertenecían.
 
En suma, el contexto social de las naciones latinoamericanas en la década de los 70 constituyó un verdadero obstáculo para la promoción de los Derechos Humanos, la participación y la igualdad social, pues los avances en estas materias estaban sujetos a los sensacionalismos mediáticos del momento, que a su vez eran bastante escasos, pues –como es de suponer- también los medios de comunicación estaban en manos de los mismos gobiernos o de la clase dominante a la que éstos protegían.
 
En coherencia con las condiciones imperantes, los sistemas educativos orientaron sus contenidos hacia la formación de trabajadores que favorecieran el desarrollo de la producción y la tecnificación de los mercados internos, así como también, que asumieran los valores del neoliberalismo: competencia, consumo, búsqueda del lucro y el beneficio propio, afán de tener, etc., y que además mantuvieran posiciones acríticas y de no cuestionamiento de los desequilibrios sociales.
 
A casi treinta años de aquel tiempo, las naciones latinoamericanas viven hoy realidades muy diversas. La mayoría de ellas vivió procesos de transición hacia la democracia por la vía electoral, lo cual supone un avance en la participación ciudadana; aunque sin duda falta mucho por recorrer, los sistemas judiciales de cada país han hecho enormes esfuerzos por resolver los casos de violación a los derechos humanos… Pero en el ámbito socioeconómico, la desigualdad persiste y aumenta, tal como evidencian los altos índices de pobreza en la región. Es precisamente en este aspecto donde se expresa la insostenibilidad de un «capitalismo salvaje» y sin regulación que apenas deja espacio para una redistribución de la riqueza equitativa y solidaria.
 
Quizás debamos retomar la tarea crítica de los viejos filósofos y teólogos de la liberación, recuperar sus demandas de justicia y comprender que la participación ciudadana se construye creando conciencia y transformando el mundo en un contexto donde la paz no puede convivir en ausencia de la justicia y la equidad.
 
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